Murria

Fuera hace frío  la gente madruga aunque le cuesta despegarse de las sábanas. Mientras, una tetera todavía más madrugadora anuncia el fin de su turno de esa mañana, así como lo hace un tren al llegar a su estación. En ella ya no solo se encuentran nuestros protagonistas madrugadores, sino también los trasnochadores que bajan del tren. Unos con prisa, miran el reloj de su muñeca, peripuestos y engominados parecen todos de la misma comuna, llevan semblante agobiado como esos perros que  son dominados por una cadena de castigo, y el maletín de su muñeca izquierda les mantiene absortos a lo que sucede alredededor. Una señorita ignorada por esta especie medio canina, intenta bajar con exceso de equipaje, en ese momento, un niño de zapatos desgastados caminando a la mano de su padre le regala una sonrisa que se evapora en el aire sin respuesta alguna, al mismo tiempo su padre no le quita ojo a ella, que se debate mentalmente entre ayudarla o no por miedo a que se escabulla su hijo.

Dan las ocho de la mañana, hora fría para todos los lunes. La gente en la estación camina con rumbo fijo, unos incluso corren y otros se despiden de sus más queridos. Como todos los lunes una señora desgastada por el tiempo se sitúa en el banco de un andén. Con semblante alegre observa todas las breves historietas que se dan en aquel lugar, incluso en ocasiones adivina los gestos y palabras de los pasajeros. Un hombre se le acerca y le pregunta a donde se dirige, ella responde que espera a su marido y dibuja una sonrisa en su rostro mientras deja que el hombre tome su camino, lo que este no sabe es que su marido nunca volverá, pero ella cada lunes madrugará, pondrá al fuego su tetera y caminará hasta la estación con la intención de no querer olvidar el último momento que él le regaló.