Espera, que te escribo...

Unos brazos que buscan a tientas otros en los cuales poder fundirse en un gran y reconfortante abrazo. Una mirada que suplica un "te quiero", y otra vidriosa que escucha un olvido. Una sonrisa osada que espera una noche, y otras miles de sonrisas diferentes que visten sus días... y también sus noches. Miles de equipajes que esconden vestidos de ensueño que se convierten en el disfraz de la cobardía. Gente que llora y habla y gente que llora porque hablan y... luego están los otros, los que hablan porque lloran. Momentos de silencio a la espera de un adiós que les convenza o un discurso que no será de su agrado. Cartas de recuerdo y nostalgia, añorando un maravilloso tiempo pasado que fue. Otras cartas que intentan escribir un guión de un futuro temprano que nunca será, que nunca cubrirá las expectativas de esas letras que se deslizaban por unos dedos jóvenes decenas de años atrás, mientras ellos dos se despedían. Gente con prisa que no tiene nada, que no busca y encuentra, que visten con un simple maletín vacío de todo. Bohemios con guitarra en mano a la caza de la protagonista de sus canciones. Caricias furtivas y miradas cómplices que disfrutan sabiendo que alguien puede estar envidiándoles.

Luego, a lo lejos, están los que solo miran, los que miran, sonríen, lloran, se entristecen, se alegran... pero siempre sin palparlo de primera mano.Los que escuchan, aconsejan pero no hablan. Los que esperan y no encuentran... Los que validan, aceptan, pero nada más.

Y este es el ciclo de las historias que se pierden mientras el cuatrocientos veintidós avanza por las vías.